Este es un veloz recorrido por lo que han sido en los últimos días las burlas de Rajoy al premio Nobel Gore, el oportunismo de Sarkozy y el horror de los españoles frente al caos climático. Tabasco les viene a dar un nuevo punto a favor al estadunidense.
Foto: Horacio Villalobos/ Efe
4-Noviembre-07
San Sebastián, País Vasco. Quizá suene extraño, pero nadie sabía mucho de la llegada de Al Gore a España hasta que Mariano Rajoy, el líder de la oposición al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, habló de su primo. “Yo tengo un primo”, dijo al término de un congreso sobre empresa familiar, al que también había asistido el ex vicepresidente de Estados Unidos, que es catedrático de física en la Universidad de Sevilla”.
Lo citó reconociendo de antemano que él (Rajoy) sabe más bien poco del cambio climático, pero preguntándose si no tendrá razón su primo cuando se mofa de quienes se creen capaces de predecir el clima que habrá en la Tierra dentro de 300 años, mientras ni los científicos más reputados pueden “garantizarle el tiempo que habrá al día siguiente en Sevilla”.
La verdad es que el primo, que sí existe (aunque más de uno lo dudara) y que sí es catedrático de Física Teórica, nunca dijo lo que Rajoy dice que dijo. Dijo otra cosa y en otro contexto, pero ya ha aclarado que una cosa es la ciencia y otra la política, que él hace ciencia y su primo hace política. En cualquier caso, y ávida como está siempre España de hallar nuevos temas para el disenso y el conflicto, las declaraciones de Rajoy sobre su primo y, muy especialmente, sobre sus ideas acerca del calentamiento global fueron, éstas sí, objeto de tanta burla que el mismo Rajoy terminó confesando contrito en un programa de televisión matinal dedicado al entretenimiento que “los políticos hablamos mucho...”, a la vez que se disculpaba con su primo por el lío en que le había metido.
El lío era que enseguida la prensa escrita y la radio, en internet y televisión, acusaron a Rajoy y su primo de abanderar el negacionismo climatológico (sic), nuevo término acuñado en Estados Unidos, según parece, para describir a quienes niegan que el calentamiento de la Tierra, que nadie pone en cuestión, sea efecto de la actividad humana.
Preguntado a Al Gore (que ya había saltado de Palma de Mallorca a Barcelona para una nueva presentación de su video Una verdad incómoda) sobre la opinión que le merecían las declaraciones de Rajoy y las opiniones de su primo, el ex vicepresidente de Estados Unidos manifestó que, además de considerarlas “inaceptables”, le confirmaban que también en España hay escépticos a los que hace falta convencer, y que en eso consiste precisamente su misión y el “mensaje” que difunde.
Para ello, viajó en su avión privado a Alemania, donde Angela Merkel le dio sus parabienes, y recaló en Francia, donde Nicolas Sarkozy, siempre dispuesto a colocarse en primera fila y apoderarse de cualquier asunto que pudieran enarbolar los atribulados socialistas franceses, prometió llevar a cabo una verdadera revolución ecológica, paralizando, si así hace falta, la construcción de autopistas y estableciendo una ecotasa para camiones.
Gore regresó a España, donde recibió el Premio Príncipe de Asturias a la Cooperación Internacional, con gran irritación de una parte de la prensa española, y se fue volando a Sevilla, donde le esperaban 220 personas, escogidas (con mucho rigor y minuciosidad, según los organizadores del evento) para ser los nuevos embajadores del mensaje de Gore, los nuevos apóstoles de la lucha contra el cambio climático.
Modistos famosos, como Adolfo Domínguez y Agatha Ruiz de la Prada, escritores como Lucía Etxebarría y Alberto Vázquez Figueroa, sólo algún político perdido por ahí y una mayoría de gente desconocida, pero fervorosa con el nuevo cometido, eran los elegidos.
Así, a puerta cerrada y sin que la prensa tuviera acceso al recinto se celebró el fin de semana pasado el Primer Encuentro Español de Líderes en Cambio Climático. Eran 220 soldados verdes, como alguien los llamó, que después de una breve formación técnica por parte del mismo Gore (breve porque ocupó sólo la mañana del sábado) y de unas horas (por la tarde) discutiendo algunas posibles soluciones para reducir la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera, se comprometieron a ser los nuevos mensajeros de Gore.
Para ello, adquirieron el compromiso de celebrar durante el año que viene al menos diez reuniones en las que difundirán, con la ayuda de diapositivas y otro material entregado por el nuevo Premio Nobel, la idea de que este mundo, tal como lo hemos conocido, se acaba.
Los asesores españoles de Gore lo tienen claro: Si Groenlandia se deshiela, el agua inundará Sevilla, afirma Antonio Ruiz de Elvira, al mismo tiempo que advierte que si no se toman medidas inmediatas para detener el cambio climático, media España se quedará sin agua y el resultado puede ser como el de la Isla de Pascua, con migraciones masivas y destrucción de la civilización.
Ante un panorama así, muchos de estos apóstoles del clima bendecidos por Al Gore decidieron tomarse tan en serio su nueva misión que incluso alguno de ellos solicitó a los organizadores del encuentro que redujeran el aire acondicionado de la sala donde estudiaban las consecuencias del despilfarro energético.
Para mí, Gore es el Gandhi del siglo XXI, declaró a un periódico uno de estos nuevos mensajeros, que como buenos apóstoles hacen caso omiso de las críticas que durante toda la semana llovieron sobre la figura de su líder: su afición a moverse por el tan machacado planeta Tierra en su avión privado, lanzando toneladas de gases tóxicos a la atmósfera; el cobro de enormes cantidades de dinero por las conferencias que imparte aquí y allá o su promesa de que contrarresta la emisión de CO2, plantando árboles y plantas por doquier. Otros seguidores, quizá no tan entusiastas, creen que su apostolado es mejor que nada.
Del cambio climático se habló poco en esos días. Enzarzados en todo, los partidos políticos españoles no discutieron de nada sobre lo que, bromas y chascarrillos aparte, es el meollo de la cuestión: el clima cambia, la desertización avanza y la locura constructora, con la que tantos se han enriquecido, no ha hecho más que agravar los problemas del agua.
La advertencia de Gore sobre los peligros que corre España, como por otra parte el resto del mundo, fue para unos ejemplo vivo del alarmismo con que el ex vicepresidente de Estados Unidos hace negocio y se enriquece; para otros, el aval a lo que ya saben aunque no hagan nada para remediarlo, y finalmente para sus nuevos soldados verdes la certeza de que hay una misión que cumplir y ellos son los escogidos.
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